Bienvenido 2do año del Colegio Las Cumbres a un nuevo curso de Lengua y Literatura
Después de todo un verano de descanso, ponerse en marcha puede costar un poco… por eso vamos a comenzar el año con una «entrada en calor», como si fuese un entrenamiento deportivo.
Nuestra primera actividad del año será práctica; un ejercicio de escritura sencillo, pero que nos va a servir para entrar en ritmo.
Consigna de trabajo:
- Escribir un relato en el que se cuente algún episodio vivido durante las vacaciones. Puede tratarse de un episodio llamativo, digno de mención, o puede tratarse de un episodio cotidiano, de lo más ordinario. Lo importante es que se presente de manera narrativa. ¡Atención! Hay que tener en cuenta que no se está pidiendo que se relate lo que se hizo en las vacaciones. La idea no es presentar una crónica de viajes, ni un recuento de paseos. Tienen que elegir algún episodio concreto, y narrarlo.
Vamos a un ejemplo:
Era temprano. Serían las 9 de la mañana, no más tarde que eso. La niña tenía hambre, y por eso tuve que abandonar el cómodo sillón en el que me había acomodado a mirar el noticiero. Una noticia sobre el clima quedó por la mitad, y yo ya no pude saber si aquel día llovería hacia el final de la tarde.
Me levanté despacio, porque estaba de vacaciones y podía perder el tiempo. Pero los bramidos de la pequeña aceleraron mi ritmo y, de pronto, ya estaba en la cocina. Abrí la heladera y tomé el agua (Glaciar, baja en sodio). Luego vertí exactamente 120 mililitros en la pequeña mamadera de plástico. La llevé al microondas y programé el equipo para que la calentara durante tan solo treinta segundos.
Treinta segundos son muy poco tiempo, y sin embargo el tiempo muerto entre tarea y tarea me invitó a la reflexión. Pensé en que era muy conveniente vivir en este milenio, y disponer de electrodomésticos como el microondas, que facilitan la vida. Mi madre me calentaba la leche al fuego, y seguramente debía dedicar muchos más minutos de su día a la simple tarea de darme de comer… ¿o acaso mi madre tenía microondas, y era mi abuela la desdichada que no podía disfrutar de esta ayuda doméstica?
El bip bip biiiiiip del microondas me sacó del ensimismamiento en el que había caído rápidamente y supe que era hora de completar mi tarea. Extraje la mamadera con agua y la posicioné junto a la lata de leche maternizada. Abrí el plateado producto y, en su tapa azul, encontré la cucharita que servía, además, como medida. Está siempre en la tapa; quienes elaboran el producto lo pensaron así, para que no se pierda. Una cucharada, dos cucharadas, tres y cuatro. Una por cada 30 mililitros de agua. Luego tapé la mamadera con su correspondiente tapa rosca y, con una mano, la batí.
Las partículas de la leche en polvo se fueron mezclando con el agua, una por una. Una por una, es verdad, pero tan rápidamente que en pocos instantes la leche estaba lista.
Pronto regrese al living, donde mi niña me esperaba ansiosa. En la tele había reaparecido el hombre que, en el noticiero de la mañana, informa sobre el tiempo. Esa tarde no llovería.
Para la segunda parte del trabajo, vamos a introducir una problemática con la que vamos a trabajar durante todo el trimestre.
¿Cómo interviene lo sobrenatural en la literatura?
A partir de esta pregunta, trabajaremos con la segunda consigna.
Consigna:
- Pensar un evento sobrenatural que pueda intervenir en el relato.
¿Cómo? De la manera que se les ocurra ¿Qué elemento? Sean creativos.
Es posible que tengan la mente en blanco, es posible que después de las vacaciones sientan que no se acuerdan cómo hacían para resolver las consignas de clase tan rápidamente. Es posible que añoren la tranquilidad de enero…
En ese caso, les propongo una solución. Cambien su relato con el de un compañero, lean el relato amigo, y luego discutan entre los dos qué evento sobrenatural podría intervenir en cada caso. Luego del intercambio de ideas, vuelvan cada uno a su trabajo y escriban… esta parte es individual.
Acá va mi ejemplo:
PROBLEMAS DE VERANO
Era temprano. Serían las 9 de la mañana, no más tarde que eso. La niña tenía hambre, y por eso tuve que abandonar el cómodo sillón en el que me había acomodado a mirar el noticiero. Una noticia sobre el clima quedó por la mitad, y yo ya no pude saber si aquel día llovería hacia el final de la tarde.
Me levanté despacio, porque estaba de vacaciones y podía perder el tiempo. Pero los bramidos de la pequeña aceleraron mi ritmo y, de pronto, ya estaba en la cocina. Abrí la heladera y tomé el agua (Glaciar, baja en sodio). Luego vertí exactamente 120 mililitros en la pequeña mamadera de plástico. La llevé al microondas y programé el equipo para que la calentara durante tan solo treinta segundos.
Treinta segundos son muy poco tiempo, y sin embargo el tiempo muerto entre tarea y tarea me invitó a la reflexión. Pensé en que era muy conveniente vivir en este milenio, y disponer de electrodomésticos como el microondas, que facilitan la vida. Mi madre me calentaba la leche al fuego, y seguramente debía dedicar muchos más minutos de su día a la simple tarea de darme de comer… ¿o acaso mi madre tenía microondas, y era mi abuela la desdichada que no podía disfrutar de esta ayuda doméstica?
El aire estaba extraño. Caí en un profundo ensimismamiento, y pronto sentí que ya no podría salir de él. Me sentí más pesada. Sentía como si mi cuerpo se transformara en plomo. Sentía que mi mente era liviana y se elevaba, mientras que mi cuerpo se hundía en la pesadez de una mañana diferente. Treinta segundos son muy poco tiempo, pero esa mañana duraron una eternidad.
De pronto, el bip bip biiiiiip del microondas me despertó rápidamente y supe que era hora de completar mi tarea. Extraje la mamadera con agua y la posicioné junto a la lata de leche maternizada. Abrí el plateado producto y, en su tapa azul, encontré la cucharita que servía, además, como medida. Está siempre en la tapa; quienes elaboran el producto lo pensaron así, para que no se pierda. Una cucharada, dos cucharadas, tres y cuatro. Una por cada 30 mililitros de agua. Luego tapé la mamadera con su correspondiente tapa rosca y, con una mano, comencé a batir.
Usualmente, cuando uno bate polvo dentro de un medio líquido, este se mezcla fácilmente. Cada partícula de leche debía mezclarse con el agua. El agua debía volverse más espesa y adquirir un color claro. En breves instantes, el producto debía estar terminado. Pero ese día había algo en el ambiente, algo extraño… la leche en polvo seguía perfectamente separada del agua, como una isla en medio del océano.
Al comienzo batí la mamadera como siempre, sin prestar atención. Pero al no obtener el resultado deseado, comencé a desesperarme. Tomé el objeto plástico que tanto conocía con ambas manos y lo sacudí frenéticamente. Mientras estaba en movimiento, podía ver cómo el polvo se esparcía dentro del agua, pero sin llegar a mezclarse. Y al dejar la mamadera en reposo podía verla nuevamente: la isla de leche.
Desde la otra habitación me llegaba el llanto estridente de mi pequeña, que esperaba su comida ansiosa. Sus gritos no colaboraron con mis nervios y en la desesperación probé algo diferente. Abrí la tapa de la mamadera y comencé a revolver el contenido con una cuchara. El montículo de leche se deshizo en partículas danzantes que ocuparon todo el espacio. Me apuré a poner la tapa y cerrar la mamadera. Pero al quedar el líquido en reposo, me di cuenta de que no había triunfado.
Pronto regrese al living, donde mi niña me esperaba hambrienta. Todavía tenía la inútil mamadera sujeta entre mis dos manos, y todavía la agitaba sin darme por vencida. En la tele había reaparecido el hombre que, en el noticiero de la mañana, informa sobre el tiempo. Esa tarde no llovería, pero yo ya no pude saberlo porque ya no pude escuchar el informe. Todos mis sentidos estabas concentrados en un único objetivo. En un acto de exasperación, sacudí la mamadera mientras saltaba y agitaba mis brazos; todo a la vez.
De pronto, como si desde dentro se ejerciera una presión incontenible, la mamadera se escapó de mis manos, se elevó en el aire y explotó en pedacitos. Mi living se vio transformado en una isla de leche.